miércoles, 26 de febrero de 2020

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Si el Burger King se salta a la torera los compromisos de autorregulación y presenta la reina
del Kingsize de las hamburguesas, lógico será obligarle a que asuma lo pactado. Pero a estas alturas
se sabe que ni la obesidad infantil ni la anorexia se atajan sólo con sanciones. Recuerdo hace cinco
años el juicio contra McDonalds por la obesidad de una criatura adolescente. El padre, vecino de
Queens, responsabilizaba a la empresa por no informar en sus menús del exceso de grasa del
Bicmac. La empresa se comprometía a partir de ese momento a "advertir" al cliente de los niveles
de grasa y azúcares, pero se defendía aduciendo que nadie obliga a nadie a comerse un Mcpollo a
diario. Recuerdo haber pensado que este país, EE UU, había dado con el invento del siglo: la
maravilla de la responsabilidad delegada. Siempre habrá otro, persona o empresa, que se hará cargo
de tus vicios irrefrenables. Lo que se persigue a la hora de cargar la culpa en otras espaldas es una
liberación psicológica, pero, en este país tan aficionado a la demanda, las "víctimas" desean además
ser recompensadas con la soñada indemnización, que no cura pero reconforta. Un dinero que
serviría para la asistencia sanitaria a la niña obesa pero en absoluto haría reflexionar a los padres
sobre la nula atención que habían prestado a la alimentación de la niña desde su nacimiento. La
irracionalidad de la alimentación americana es histórica y tiene su origen, así lo creo, en la propia
dureza de la creación del país, pero en España no hay excusa para el abandono de la sabia
utilización de ingredientes que practicaban nuestras madres y que se materializaba en ese olor
riquísimo que despedían las cocinas a la hora de comer. Hace poco leíamos que en un colegio
andaluz en el que los profesores trataban de enseñar a los alumnos a alimentarse racionalmente,
algunas madres aprovechaban el recreo para meter a escondidas bollos industriales por la verja.
Mientras que en Estados Unidos lo que prima es llenar el buche y así se transmite a los hijos, en
España nos pierde el exceso de mimo materno, el gusto por satisfacer el capricho, el no querer darle
al angelico un disgusto obligándole a que se coma algo tan aburrido como una manzana.
                                                                                  ELVIRA LINDO

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